Tengo que admitirlo: cuando quiere, Rascador es un
grano en el culo tan grande como Erizo. Le quiero como si fuera mi hermano, y
del mismo modo que uno aporrea a su hermano cuando le saca de quicio, ahora
mismo tocaría todo el maldito himno de guerra Atani usando su cabeza.
- De esta no salimos Ronco - prosiguió con su letanía de proféticas y pesimistas elucubraciones en voz alta.
- Ya te he oído la primera vez Rascador.
Mi paciencia se está agotando, y cuando eso pasa me convierto en un tirano testarudo y sin humor. Él lo sabe. Tiene que estar muerto de miedo para seguir, incluso arriesgándose a mi enfado.
- Lo has visto igual que yo. ¿Crees que la llaman la isla de los condenados sin motivo?
Su voz no tiembla, tampoco eleva el tono. Cualquiera que nos oyera diría que estamos teniendo una conversación tan banal como el clima o las tonalidades del estiércol. Pero le conozco bien, y sé que lo único que asusta a este hombre es morir sin haber cumplido con su misión en la vida. A pesar de las canas aún no ha perdido la esperanza de recuperar el esplendor de su herencia familiar.
- La llaman isla de los condenados porque allí es donde ejecutaban a los traidores. El resto es simplemente superchería, ignorancia y algún que otro guardián puesto por los eternos.
La voz de la mujer nos recuerda que no estamos solos. Intento fingir algo de dignidad marcial. Carraspeo. Trago saliva. Es un poco difícil cuando en el horizonte una columna enorme de fuego se eleva en los cielos, iluminando todo en leguas a la redonda. Nuestras asustadas caras incluidas.
- ¿Guardián?
La mujer sonríe como si su comentario fuese lo más evidente del mundo.
- No he contratado una banda de temibles mercenarios para que me protejan de árboles marchitos.
No claro, somos la carne de cañón. Pues vaya novedad. Rascador me mira inquisitivo. Parece que no tiene muchas ganas de hablar con la Señora y me hace un ademán con la mano. Interpreto mucho mejor su codazo.
- ¿Y cómo es ese guardián? - pregunto intentando parecer sólo curioso.
- Viejo, gruñón y peligroso. Es un dragón - aclaró la mujer con indiferencia.
Bien. Un dragón. Decir que nos hemos enfrentado a enemigos peores sería una fanfarronada tan fuera de lugar como incierta. Así que me callo y barrunto lo que implica. Creo que Petaca tiene algo de papel, igual puedo encontrar algo que me sirva de tinta e ir haciendo el testamento.
Ella sonríe, como si hubiera hecho alguna broma al sellar mis labios. No le veo la maldita gracia a estar seguro de morir en breve.
- No es necesario que lo derrotéis. Tan sólo tenéis que distraerlo.
- ¿Y cómo se supone que vamos a hacer eso Señora? - Espetó iracundo Erizo a su espalda.
Se había acercado mientras hablábamos a escuchar la conversación. Suele hacerlo. Lo de escuchar a hurtadillas es su especialidad. Por una vez me alegro de que alguien diga lo que pensamos todos, aunque sea de una forma tan poco sutil como la del enano.
- Eso es tarea vuestra. No sé. Contarle un cuento.
Exceptuando a Tejo que está al timón, el resto se ha acercado a participar en la charla. Es una suerte, pues apenas podemos contener a Erizo entre Rascador y yo. Agredir a tu empleador no es una buena política. Especialmente antes de cobrar.
Ella no parece temerle en absoluto. De hecho está ignorando todo el forcejeo, con la vista puesta en la columna de llamas. Tardamos un rato en apaciguar al enano, pero hay argumentos que no admiten mucha discusión. Petaca enfunda su daga antes de dirigirse a la mujer.
- Creo que es hora de que nos informe un poco más sobre la tarea, señora.
El tono que utiliza para esa última palabra comprende un amplio abanico de significados. Creo que el original es el menos intencionado.
La hechicera se gira para encararla. En su mirada no hay más que indiferencia. Eso me sorprende, estoy acostumbrado a que los arcanos traten con desdén, con arrogancia. Pero que te miren como si realmente no importaras un comino, es algo distinto.
- Podría prepara algo de cenar. He encontrado algunas cosas ahí abajo aprovechables. ¿No tenéis hambre?
La buena de Moneda. Como ladrona no sirve para mucho, pero a la hora de aplacar suspicacias y malas intenciones, esas pecas suyas valen más que el oro. Si le añades esa cara inocente que se gasta, la combinación suele ser ganadora en el mayor de los casos.
- Estupenda idea Moneda. Prepara algo y así hablaremos de los detalles con el estómago lleno. Los demás, ayudar a Moneda. Cuanto antes cenemos, mejor - ordeno con mi mejor tono de conciliación.
Una vez se han ido no puedo reprimir un escalofrío. El resplandor que desprende la columna de fuego lo empeora sensiblemente.
Apoyo las manos sobre la barandilla del barco. Suspiro. Tengo una especia de lucha interior que se libra desde hace unas horas. Por un lado siento que debo hacer esto. Pero por otro no sé si arrastrar a mi gente conmigo es lo correcto.
- Antes de que bajemos a cenar - las palabras se me hacen difíciles - quiero que seas sincera. ¿Tenemos alguna posibilidad?
Ella me mira. No noto lo mismo que cuando lo ha hecho hace unos segundos. Tampoco percibo amor incondicional. Simplemente debo ser una pieza que al menos, no ignora.
- Es cierto que hay peligro. Pero supongo que eso es demasiado obvio como para recalcarlo. Sin embargo eso no significa que vayáis a morir mañana. Y aunque así fuera, hay cosas peores que la muerte Ronco.
- Bueno. En este momento no se me ocurren, así que si pudieras precisar un poco más, sería de gran ayuda a la hora de los postres.
Sonríe de nuevo. Algo dentro de mí se estremece, y ésta vez no es miedo. Aquí estoy yo, hablando de la vida y la muerte, y apenas puedo pensar en otra cosa que no sea esa delgada línea que enmarcan sus labios.
- Entonces te lo diré cuando lleguen los postres.
Misterio y más misterio. Al menos he visto algo de humor. Ahí tenemos una pizca de humanidad a la que echarle el lazo. Mi vista se dirige inexorable, a la columna de fuego. Me siento como una polilla atraída por la llama de una vela. Creo que la comparación es muy acertada. El problema es que no sé quién o qué es la vela en este momento. Por desgracia para esta minúscula polilla, ambas pueden quemarme las alas por igual.
- ¿Al menos me dirás qué es eso?
- Es una señal. Alguien que me debe un favor lo está pagando.
No quiero ni pensar qué clase de favor se paga con una columna de fuego del tamaño de un templo.
- ¿Cuál es su propósito?
- Abrir una puerta. El fuego es la llave.
Madre de los dioses...¿qué clase de puerta necesita una llave así? Demasiadas preguntas con respuestas inquietantes. Debería hacerme caso a mí mismo e ir a comer algo. Espero que Moneda tenga ya lista la cena. Con suerte distraeré la cabeza con otra cosa.
Pero parece que la suerte no me va a sonreír mucho esta noche.
- Entonces te lo diré cuando lleguen los postres.
Misterio y más misterio. Al menos he visto algo de humor. Ahí tenemos una pizca de humanidad a la que echarle el lazo. Mi vista se dirige inexorable, a la columna de fuego. Me siento como una polilla atraída por la llama de una vela. Creo que la comparación es muy acertada. El problema es que no sé quién o qué es la vela en este momento. Por desgracia para esta minúscula polilla, ambas pueden quemarme las alas por igual.
- ¿Al menos me dirás qué es eso?
- Es una señal. Alguien que me debe un favor lo está pagando.
No quiero ni pensar qué clase de favor se paga con una columna de fuego del tamaño de un templo.
- ¿Cuál es su propósito?
- Abrir una puerta. El fuego es la llave.
Madre de los dioses...¿qué clase de puerta necesita una llave así? Demasiadas preguntas con respuestas inquietantes. Debería hacerme caso a mí mismo e ir a comer algo. Espero que Moneda tenga ya lista la cena. Con suerte distraeré la cabeza con otra cosa.
Pero parece que la suerte no me va a sonreír mucho esta noche.